miércoles, 16 de julio de 2025

En Barahona no hay donde enterrar los muertos.



Marino Beriguete.- Uno no sabe cuándo empezó el saqueo. Solo sabe que empezó. Quizá cuando dejaron de barrer el parque los domingos. O cuando la biblioteca cerró sin aspavientos, como si nadie la necesitara. 

En mi adolescencia, un ayuntamiento servía para cosas sencillas y claras: recoger basura, limpiar aceras y contenes, tener un ateneo donde se jugaba ajedrez y se hablaba de Rubén Darío sin que pareciera un pecado. Había una escuela de música de donde salían trompetistas y saxofonistas que luego tocaban en las retretas del parque. El parque, por cierto, estaba limpio. 

Los ayuntamientos no tenían arbitrio, pero tenían decencia.

Hoy Barahona es un desmadre con acta de nacimiento. No hay biblioteca, no hay música, no hay cementerio digno. Sí, leyó bien: no hay dónde enterrar un muerto con dignidad. Los que quedan son potreros con lápidas rotas y monte hasta la cintura. Los muertos, que deberían descansar, están ahora entre las frutas y el pescado del mercado público, porque allí se lava la mercancía: en el cementerio.

Y lo más triste no es la basura, ni el lodo, ni siquiera la falta de escrúpulos de quienes administran esta ruina. Lo más triste es el silencio. Nadie pide auditoría. Nadie se lanza a la calle. Es como si hubieran anestesiado al pueblo, como si nos hubieran convencido de que la podredumbre es normal. Como si vivir entre la mugre fuera una herencia inevitable, una condena firmada por nuestros propios votos.

El síndico, que debería ser un servidor público, parece más bien un señor feudal que administra escombros con aires de grandeza. Y mientras tanto, el sur —ese sur que tiene playas que podrían rivalizar con cualquier postal caribeña— se hunde en el abandono. El turismo jamás despegará si Barahona sigue como está: sucia, olvidada y con las manos amarradas.

Le pido al presidente Luis Abinader, y a la Liga Municipal, que se quiten los guantes y metan las manos en esta cloaca. Que intervengan el ayuntamiento, que lo auditen, que limpien lo que se pueda limpiar. No por política, sino por vergüenza. Porque a veces, cuando uno no encuentra cementerio para los suyos, lo único que queda es salir a la calle y exigir, con voz firme, que devuelvan al menos el derecho de morir con dignidad. 

Barahona no está mal. Está peor. Y lo grave es que no hay donde enterrar a los muertos