sábado, 2 de mayo de 2020

Hacer los "coros" por la plataforma zoom es la moda de ahora

La moda ahora: Hacer los "coros" por la plataforma zoomMARTA QUÉLIZ
Casi todos los días, Rodrigo y sus amigos ven el sol salir. No tienen pri­sa en acostarse temprano y mucho menos en dejar que el Covid-19 les “dañe su fiesta”. La herramienta del ‘zoom’ les ha caído co­mo anillo al dedo. Ahora mismo es su mejor aliada.
¿Qué si se lo gozan? “De­masiado”, dice el joven de 21 años. “Te puedo decir: ¡ay de nosotros si no fue­ra por el ‘zoom’! Yo mis­mo estaría de llevar al ma­nicomio. No es fácil lo que se está viviendo, pero mis amigos y yo le hemos bus­cado la vuelta”. Se nota alegre al hacer su relato, pero al mismo tiempo deja escapar un sentimiento de tristeza cuando se queda callado por un largo rato.
¿Rodrigo, estás ahí? Fue la pregunta obligada ante el silencio que se produjo al otro lado del teléfono. “Sí, sí. Esto aquí. Excúsame. Es que me da nostalgia, ex­traño mucho salir con mis primos, con amigos… Uno hace su coro por el ‘zoom’, pero de verdad, de verdad, es muy duro”. Lo hace sa­ber ya sin poder contener el llanto.
Esta vez fue mejor es­perar. Ya estaba claro que sus pausas se debían al nu­do en la garganta que boi­coteaba la conversación. “Como te iba diciendo, en medio de todo agradezco que estemos en la era de la tecnología para aunque sea ‘online’ ver cómo es­tán mis amigos. Hay algu­nos que están ‘pelú’, otros con barbas y así, bien aca­bados, como yo”. Lo dice ahora más alegre y confia­do en que esto pronto pa­sará.
Rodrigo tiene dos her­manos gemelos, de 16 años. Al igual que él en­cuentra en esta novedad una forma de acercarse a sus ‘panas’. Lo hacen más que a través del juego. “Hay todo un mundo de vide­ojuegos y ellos se la pasan en eso desde que ‘salen’ del colegio”. Este dato lo aporta muerto de la risa, haciéndo­le ‘bullying’, como él dice.

Amaneciendo y gozando
“Hay que buscarle el la­do positivo a todo”, es lo que cuenta Sarah Patricia cuando se le pregunta por sus largas tandas de diver­sión a través del ‘zoom’. “Si del cielo te caen limo­nes, aprende a hacer limo­nadas, eso es lo que siem­pre han dicho mis abuelos. Y yo con esta novedad es­toy tratando de hacer un jugo bien dulce porque es­tamos viviendo momen­tos muy amargos”, expre­sa entre risas la joven de 20 años.

Lo más tarde que se ha acostado en estos casi dos meses de confinamiento es a las 4:00 de la mañana. Lo deja saber como si esta ho­ra estuviera dentro del ho­rario habitual para invocar a Morfeo. “La verdad es que hay días, ahora que estamos de vacaciones en la universidad, en que ha­go ‘zoom’ en la tarde con un grupo de primos, a me­dia tarde, casi noche, con otro grupo, y bien entrada la noche hasta la madru­gada, me conecto con otro coro. Es una locura. Con unos juegos, con otros ha­blo disparates y con otros hasta celebro cumpleaños, bonches y de todo porque esta vida hay que vivirla”. Concluye entre carcaja­das.
Contrario a Rodrigo, Sa­rah Patricia extraña, pe­ro no se atormenta; le da nostalgia, pero la cam­bia por risa; le da deseos de salir corriendo a bailar, pero decide hacerlo “co­mo una loca” en su cuar­to mientras sus amigos lo hacen en el suyo. Lo cierto es que, el ‘zoom’ se ha con­vertido en ‘la zona’, el bar, la discoteca y en todos los lugares de diversión de los jóvenes que han encontra­do en este recurso su pasa­tiempo favorito.
 DIVERSIÓN ‘ONLINE’

Los no tan jovencitos
No solo los adolescentes y los jóvenes han encontrado en el ‘zoom’ su válvula de escape. Hay otros un tanto más adultos que se han de­jado seducir por la magia de este recurso tecnológico que se está utilizando para apaciguar un poco el abu­rrimiento, el ocio y hasta la ansiedad que se producen ante el distanciamiento so­cial que ha impuesto “como regla” el coronavirus para no hacer de las suyas.

De hecho, todos los días causa más estragos en Re­pública Dominicana. Ya son 313 las víctimas mor­tales que se ha llevado en­tre sus garras, y 7, 288 los contagiados. Así que, se­guir quedándose en casa, continúa siendo la mejor arma para hacerle frente al virus que ha convertido a muchos países en “ciuda­des fantasmas”.