Aguijoneados por la oferta de que allí había una mina de papeletas, centenares de jóvenes provenientes de distintos barrios invadieron calles y negocios tras el botín.
Causaron destrozos, tiroteos, interrupción del tránsito y actividades sociales, voltearon zafacones de basura y transformaron el sector en una especie de zona libre para los desenfrenos.
Una especie de Calle 42, donde la perversidad, la drogadicción, el consumo ilimitado de alcohol y probablemente de fentanilo es la estampa común, de noche o de día.
Esta inesperada invasión de la gleba puso en evidencia la vulnerabilidad de una zona que representa un patrimonio histórico de la humanidad, mal protegida e insegura por una escasa e ineficiente autoridad para el orden.
Siendo un apropiado destino turístico, sometido en los últimos meses a un esmerado trabajo de remodelación y embellecimiento, este desmadre jamás debió ocurrir.
Pero se produjo, por la misma razón en que otros sectores de la urbe capitalina y de algunas importantes ciudades se han convertido en antros al aire libre, donde se regodea y se deleita una gleba parasitaria, tristemente conformada por jóvenes.
Una muestra fehaciente del libertinaje que ha promovido el consumo de drogas, el pandillerismo y la tentación delictiva, todo para la búsqueda de dinero fácil a costa de una cultura del irrespeto a las costumbres y valores morales, a la ley y a la autoridad.
Los responsables de estas tropelías y destrozos en la zona colonial tienen que recibir las sanciones civiles y penales que les caben por este increíble estropicio.
Y a partir de esta amarga y bochornosa experiencia, la vigilancia y la seguridad tendrá que hacerse más estricta y eficiente, para evitar que el esplendor y los atractivos de esta zona histórica y turística queden malogrados por culpa de unos cuantos buscavidas y viciosos que tratan de aposentarse en ella.
Cortesía de: Listin Diario