lunes, 7 de noviembre de 2016

Se afilaba los Colmillos,pero se llevo la Machucha.

 Por el Doctor José Pérez

Es interesante observar como en los últimos años, a lo largo y ancho del planeta, muchas naciones  están despertando y tratando de despedirse de los amargos días que, como una enfermedad crónica les dejó la llamada Conquista; y también del rapaz dominio imperialista que a partir de la segunda  mitad del siglo diecinueve ha mantenido a tantos sumidos en el atraso, la ignorancia, el analfabetismo, las supersticiones y la humillación. Usurpando, intrigando y comprando gentes sin concepto, que se venden “hasta por un grano de ajonjolí.”Creando y manteniendo aquí y allí tenebrosas dictaduras para que les protegieran sus intereses; dictaduras con las manos libres para enriquecerse ilícitamente, amasando inmensas fortunas familiares, sin importarles un comino los intereses de esos países.

Desde ahí que no sea sorprendente mirar hoy que numerosos países, como La India, que llegó a ser conocida como la “joya de la corona Inglesa”,que fue objeto de la explotación y al saqueo imperialista ingles por cientos de años, han comenzado a abrir los ojos, a pensar de una manera nacionalista y a percatarse de que los países ricos hasta ahora sólo se han llevado el árgana llena, usando estos recursos para su propia modernización, mientras que los países explotados y robados sólo los han visto pasar de lejos. Esos ingleses sí que hicieron su agosto y colectaron su botín con las piedras preciosas, prendas e inmensas riquezas de esa antigua e interesante civilización indú, acumulando increíbles reservas en las arcas repletas de oro.


Millones de personas fueron asesinadas a través del largo, opresivo y sofocante dominio. Primero les enviaron a los llamados misioneros para que suavizaran la venida, luego mandándoles  los soldados para que arrasaran con su monstruosa llegada. La resoluta India ha decidido  abolir  muchos nombres que les impuso el invasor, cambiando los de muchas ciudades, y devolviéndoles los nombres originales y autóctonos, para que el oscuro pasado de ignominia y terror se vaya lo más lejos posible. Porque hasta recordarlo da asco. No es divertido ver como al pasar los años el país languidece, con el cuerpo en el hueso, y la mortalidad infantil galopando sin control, mientras  la gran monarca inglesa se paseaba por las calles de Londres, inflada como un  hipopótamo, en su coche dorado, con los caballos zapatones galopando con control.

Y ni hablar de Sudáfrica, con su extenso y fértil territorio, con sus reservas diamantinas, sus cuencas auríferas y enormes áreas agrícolas, donde valerosos Zulúes cayeron por millones, levantando las lanzas y las flechas contra los cañones y mortíferas armas modernas. Primero vinieron los llamados misioneros, como pájaros de mal agüero, a suavizar el ambiente, con palabritas finas e hipócritas y después llegaron los soldados con sus armamentos a maltratar, incendiar, asesinar y  torturar. Siempre repitiendo la misma historieta, como si fuera escribiendo el guión de la misma película de horror, donde las canalladas y el vandalismo se repiten en un círculo malévolo, en que los huesos, la carne putrefacta, los torsos, y las cabezas con ojos abiertos y aterrorizados, cubrían el terreno, inundando el ambiente en un terrible espectáculo dantesco, vienen a ser común. Y dos barcos se cruzan en opuestas direcciones: uno que se dirige a la gran Inglaterra, repleto de riquezas y valores, a nutrir la parasítica aristocracia, para que vivan en la abundancia, comiendo bizcochitos. El otro barco viene de Inglaterra, viene con gentes con dientes sonrientes, cargado de armas, de orgullo, de racismo, de deseos de controlar, de imponer el poder del más fuerte; de parir más pobreza, como si la que ya había no fuera suficiente. Hoy, miles de pueblos, ciudades, avenidas y hospitales sudafricanos han sido rebautizados con su nombres originales, y los ostentan con gran orgullo.  

Los bravos vietnamitas, que también recibieron su cargamento de miles de misioneros franceses, trayendo con ellos sus supersticiones, las mañas francesas en la práctica de la usura y las triquiñuelas políticas, después de largas y costosas batallas, lograron liberar su país, primero de los colonizadores franceses en el año 1953, y entonces en el 1975, cuando los invasores norteamericanos tuvieron que salir huyendo como ratas y hoy vemos como el propio presidente de Estados Unidos es fotografiado en Hanoi, delante de una escultura del gran líder nacionalista y revolucionario Ho Chi Ming, el honesto y humilde luchador antiimperialista de Vietnam. Ellos también han decidido poner el nombre original y autóctono a sus calles, escuelas, pueblos y  ciudades. Pues no hay cosa que produzca más paz y tranquilidad que cuando se logra que los extranjeros no le controlen su país a uno, o que nos traten  como patanes, como si ellos fueran los dueños.

En nuestros países latino-americanos, que “nos  aparecieron los dientes” con los pies de los perversos canallas españoles y portugueses en el cuello, ahogándonos, robándonos el oxígeno, el despertar ha sido más tórpido, habiendo que mencionar a Cuba como una honrosa excepción, porque tuvieron el valor de pararse en un sólo pie y echaron fuera de su tierra todo aquél que viniera con insolencia, comparonería y arrogancia, porque ellos justamente comprendieron que en Cuba debía  mandar el cubano. Pobres, pero libres.

Así que nuestras naciones latinas fueron ferozmente forzadas  a aceptar  las atrasadas doctrinas feudales de la Edad Media: la adoración y temor al blanco, inculcado en nuestros indígenas habitantes por medio de la tortura, el saqueo y la estafa; el respeto al señor propietario, sin importar lo corrupto y ladrón que sea; el temor al soldado, implantado a través de las atrocidades  y el abuso; la aceptación del latifundista, aunque se haya apropiado de la tierra de manera sucia e ilegal; la reverencia y veneración por el diabólico misionero, promoviendo la paciencia y conteniendo cualquier intento de genuina insurrección o protesta, siempre confabulado con el explotador y su sistema político-económico; la ignorante oposición al adelanto y al avance científico; la ciega aceptación de imposiciones, sin luchar por el  derecho a decir no, o el derecho a investigar la verdad...Todas esos son ejemplos del “hermoso patrimonio”  que nos dejaron los “queridos” Conquistadores que nos violaron.

Nadie osaría decir que las exploraciones geográficas sean negativas. Esto sería insano. Las exploraciones representan el ansia de satisfacer la curiosidad humana, de investigar y entender lo desconocido. Muchas veces los exploradores ayudan  las ciencias y establecen puentes positivos entre las civilizaciones. La última mitad del siglo XV fue el inicio de la acumulación del capital y también dio origen a las grandes aventuras y expediciones. En nuestro caso particular, a nosotros nos mandaron criminales de las cárceles europeas, con una maestra jugada capicúa de las monarquías, primero para ahorrar el dinero de mantenimiento y el gasto de cortes de los prisioneros y segundo para limpiar el continente europeo de la escoria más indeseable. Ese fue  el tipo de exploradores que, en su mayoría, mandaron aquí los portugueses y españoles. Esos fueron los dones y los hidalgos. Esas sanguinarias hienas, con una mano colectando el oro y en la otra mano la espada, la daga y el arcabuz, el falconete y la bombarda, siguiendo las huellas de los llamados misioneros que iban delante suavizando la llegada, con sus demoníacas hipócritas sonrisas.

Nunca antes en toda la historia habían llegado tantos cargamentos de oro, plata y otros minerales a las arcas de las aristocracias europeas, como la increíble riqueza que vino de Méjico y Sudamérica. Ni siquiera desde África. Cuando esos reyes y príncipes vieron las remesas, las carabelas y galeones repletos de tales increíbles riquezas, ellos se restregaron las manos y se  maravillaron tanto  que nunca más pensaron en preparar otra Cruzada  criminal para  ir a robar y  asesinar árabes musulmanes al Medio Oriente. Las inmensas riquezas de aquella famosa Potosí, donde millones de incas, caribes, charrúas, guaraníes y esclavos africanos murieron como moscas rociadas con DDT, maltratados y torturados por los monstruosos e inhumanos capataces, mientras sacaban la plata, y el oro, se han hecho tan famosas que podrían compararse a las riquezas del mitológico  rey Midas; habiéndose hecho referencia a la bonanza de Potosí hasta en la famosa obra de Miguel de Cervantes, ”Don Quijote de la Mancha.” Y todo esto para que las monarquías vivieran en la abundancia, y pudieran saciar su glotonería y el ruin afán de guerras por poderío y dominio.

En los tiempos en que había honor, se usaba que los dominicanos debíamos ser patriotas antes que todo lo demás. Después de las dictaduras, comenzaron a aparecer ese tipo a que pertenecen los entreguistas. ¿Qué es lo que quiere el entreguista? El entreguista quiere servirle a un amo, no importa quién sea, ellos sólo sienten una gran inclinación por entregar el país, parte del país, las riquezas del país, las playas del país, los servicios del país. Ellos sienten la comezón del entreguismo. Sufren de la “enfermedad del entregue” y cuando ellos ya no encuentran qué entregar,ellos comienzan  a cavilar en la noche, mientras están en sus almohadas y ellos piensan: ¿Qué es lo que yo voy a tratar de entregar ahora? Y viene una lucecita como una bombilla en sus mentes, y ellos se dicen: ”Oh, déjame tratar de entregar parte del Himno Nacional. Déjame tratar de quitarle el nombre de Quisqueya al Himno!” Porque el vende patria, sinvergüenza charlatán ni siquiera tiene la delicadeza de averiguar y aprender que los dominicanos somos quisqueyanos antes de ser dominicanos, porque ese nombre es el que está en nuestra sangre, y la sangre pesa más que el agua.

Yo no puedo concebir que las universidades, los estudiantes secundarios, ni los profesores, ni nadie que tenga algo de principio se va a quedar con la bocota abierta como un bobalicón cuando aparece cualquier lagartija a tratar de amputar nuestro Himno Nacional. Al fín y al cabo, los entreguistas  van a salir derrotados. Nosotros, las fuerzas progresistas y revolucionarias, vamos a ser capaces de rescatar nuestro país y llevarlo a días felices. A veces uno se encuentra con que esas gentes ni siquiera tienen originalidad. A ellos los ponen de zoquetes a que tiren la plumita al aire, para explorar si alguien dice algo,a ver si alguien protesta; si alguien se da por enterado.


Si sucediera un caso insólito, y un día cualquiera se viera a Don Quijote montado en su caballo Rocinante, moviéndose por nuestras hermosas lomas y colinas coloreadas por las amapolas, no sería raro oírle decir a su escudero Sancho Panza:”No le hagas caso Sancho, que ese sujeto es un mojón”.