Es interesante observar como en los últimos años, a lo
largo y ancho del planeta, muchas naciones están despertando y
tratando de despedirse de los amargos días que, como una enfermedad crónica les
dejó la llamada Conquista; y también del rapaz dominio imperialista que a
partir de la segunda mitad del siglo diecinueve ha mantenido a
tantos sumidos en el atraso, la ignorancia, el analfabetismo, las
supersticiones y la humillación. Usurpando, intrigando y comprando gentes sin
concepto, que se venden “hasta por un grano de ajonjolí.”Creando y manteniendo
aquí y allí tenebrosas dictaduras para que les protegieran sus
intereses; dictaduras con las manos libres para enriquecerse ilícitamente, amasando
inmensas fortunas familiares, sin importarles un comino los intereses de esos
países.
Desde ahí que no sea sorprendente mirar hoy que
numerosos países, como La India ,
que llegó a ser conocida como la “joya de la corona Inglesa”,que fue objeto
de la explotación y al saqueo imperialista ingles por cientos de años, han
comenzado a abrir los ojos, a pensar de una manera nacionalista y a percatarse
de que los países ricos hasta ahora sólo se han llevado el árgana llena, usando
estos recursos para su propia modernización, mientras que los países explotados
y robados sólo los han visto pasar de lejos. Esos ingleses sí que hicieron
su agosto y colectaron su botín con las piedras preciosas, prendas e inmensas
riquezas de esa antigua e interesante civilización indú, acumulando increíbles
reservas en las arcas repletas de oro.
Millones de personas fueron asesinadas a través del largo, opresivo
y sofocante dominio. Primero les enviaron a los llamados misioneros para que
suavizaran la venida, luego mandándoles los soldados para que arrasaran
con su monstruosa llegada. La resoluta India ha decidido abolir muchos
nombres que les impuso el invasor, cambiando los de muchas ciudades, y
devolviéndoles los nombres originales y autóctonos, para que el oscuro pasado
de ignominia y terror se vaya lo más lejos posible. Porque hasta recordarlo da asco.
No es divertido ver como al pasar los años el país languidece, con el cuerpo en
el hueso, y la mortalidad infantil galopando sin control, mientras la
gran monarca inglesa se paseaba por las calles de Londres, inflada como un hipopótamo,
en su coche dorado, con los caballos zapatones galopando con control.
Y ni hablar de Sudáfrica, con su extenso y fértil
territorio, con sus reservas diamantinas, sus cuencas auríferas y enormes áreas
agrícolas, donde valerosos Zulúes cayeron por millones, levantando las lanzas y
las flechas contra los cañones y mortíferas armas modernas. Primero vinieron
los llamados misioneros, como pájaros de mal agüero, a suavizar el ambiente,
con palabritas finas e hipócritas y después llegaron los soldados con sus armamentos
a maltratar, incendiar, asesinar y torturar. Siempre repitiendo la
misma historieta, como si fuera escribiendo el guión de la misma película de
horror, donde las canalladas y el vandalismo se repiten en un círculo malévolo,
en que los huesos, la carne putrefacta, los torsos, y las cabezas con ojos
abiertos y aterrorizados, cubrían el terreno, inundando el ambiente en un
terrible espectáculo dantesco, vienen a ser común. Y dos barcos se cruzan en
opuestas direcciones: uno que se dirige a la gran Inglaterra, repleto de
riquezas y valores, a nutrir la parasítica aristocracia, para que vivan en la
abundancia, comiendo bizcochitos. El otro barco viene de Inglaterra, viene con
gentes con dientes sonrientes, cargado de armas, de orgullo, de racismo, de
deseos de controlar, de imponer el poder del más fuerte; de parir más pobreza, como
si la que ya había no fuera suficiente. Hoy, miles de pueblos, ciudades, avenidas
y hospitales sudafricanos han sido rebautizados con su nombres originales, y
los ostentan con gran orgullo.
Los bravos vietnamitas, que también recibieron su cargamento
de miles de misioneros franceses, trayendo con ellos sus supersticiones, las
mañas francesas en la práctica de la usura y las triquiñuelas políticas, después
de largas y costosas batallas, lograron liberar su país, primero de los
colonizadores franceses en el año 1953, y entonces en el 1975, cuando los
invasores norteamericanos tuvieron que salir huyendo como ratas y hoy vemos
como el propio presidente de Estados Unidos es fotografiado en Hanoi, delante
de una escultura del gran líder nacionalista y revolucionario Ho Chi Ming, el
honesto y humilde luchador antiimperialista de Vietnam. Ellos también han
decidido poner el nombre original y autóctono a sus calles, escuelas, pueblos y ciudades.
Pues no hay cosa que produzca más paz y tranquilidad que cuando se logra que
los extranjeros no le controlen su país a uno, o que nos traten como
patanes, como si ellos fueran los dueños.
En nuestros países latino-americanos, que “nos aparecieron
los dientes” con los pies de los perversos canallas españoles y portugueses en
el cuello, ahogándonos, robándonos el oxígeno, el despertar ha sido más
tórpido, habiendo que mencionar a Cuba como una honrosa excepción, porque
tuvieron el valor de pararse en un sólo pie y echaron fuera de su tierra todo
aquél que viniera con insolencia, comparonería y arrogancia, porque ellos
justamente comprendieron que en Cuba debía mandar el cubano. Pobres,
pero libres.
Así que nuestras naciones latinas fueron ferozmente
forzadas a aceptar las atrasadas doctrinas feudales de la Edad Media : la
adoración y temor al blanco, inculcado en nuestros indígenas habitantes por
medio de la tortura, el saqueo y la estafa; el respeto al señor propietario, sin
importar lo corrupto y ladrón que sea; el temor al soldado, implantado a través
de las atrocidades y el abuso; la aceptación del latifundista, aunque
se haya apropiado de la tierra de manera sucia e ilegal; la reverencia y
veneración por el diabólico misionero, promoviendo la paciencia y conteniendo
cualquier intento de genuina insurrección o protesta, siempre confabulado con
el explotador y su sistema político-económico; la ignorante oposición al
adelanto y al avance científico; la ciega aceptación de imposiciones, sin
luchar por el derecho a decir no, o el derecho a investigar la
verdad...Todas esos son ejemplos del “hermoso patrimonio” que nos
dejaron los “queridos” Conquistadores que nos violaron.
Nadie osaría decir que las exploraciones geográficas sean
negativas. Esto sería insano. Las exploraciones representan el ansia de
satisfacer la curiosidad humana, de investigar y entender lo desconocido. Muchas
veces los exploradores ayudan las ciencias y establecen puentes
positivos entre las civilizaciones. La última mitad del siglo XV fue el
inicio de la acumulación del capital y también dio origen a las grandes
aventuras y expediciones. En nuestro caso particular, a nosotros nos mandaron
criminales de las cárceles europeas, con una maestra jugada capicúa de las
monarquías, primero para ahorrar el dinero de mantenimiento y el gasto de
cortes de los prisioneros y segundo para limpiar el continente europeo de la
escoria más indeseable. Ese fue el tipo de exploradores que, en su
mayoría, mandaron aquí los portugueses y españoles. Esos fueron los dones
y los hidalgos. Esas sanguinarias hienas, con una mano colectando el oro y en
la otra mano la espada, la daga y el arcabuz, el falconete y la bombarda,
siguiendo las huellas de los llamados misioneros que iban delante suavizando la
llegada, con sus demoníacas hipócritas sonrisas.
Nunca antes en toda la historia habían llegado tantos
cargamentos de oro, plata y otros minerales a las arcas de las aristocracias
europeas, como la increíble riqueza que vino de Méjico y Sudamérica. Ni
siquiera desde África. Cuando esos reyes y príncipes vieron las remesas, las
carabelas y galeones repletos de tales increíbles riquezas, ellos se
restregaron las manos y se maravillaron tanto que nunca
más pensaron en preparar otra Cruzada criminal para ir a
robar y asesinar árabes musulmanes al Medio Oriente. Las inmensas
riquezas de aquella famosa Potosí, donde millones de incas, caribes, charrúas, guaraníes
y esclavos africanos murieron como moscas rociadas con DDT, maltratados y
torturados por los monstruosos e inhumanos capataces, mientras sacaban la
plata, y el oro, se han hecho tan famosas que podrían compararse a las riquezas
del mitológico rey Midas; habiéndose hecho referencia a la bonanza
de Potosí hasta en la famosa obra de Miguel de Cervantes, ”Don Quijote de la Mancha.” Y todo esto
para que las monarquías vivieran en la abundancia, y pudieran saciar su
glotonería y el ruin afán de guerras por poderío y dominio.
En los tiempos en que había honor, se usaba que los
dominicanos debíamos ser patriotas antes que todo lo demás. Después de las dictaduras,
comenzaron a aparecer ese tipo a que pertenecen los entreguistas. ¿Qué es
lo que quiere el entreguista? El entreguista quiere servirle a un amo, no
importa quién sea, ellos sólo sienten una gran inclinación por entregar el
país, parte del país, las riquezas del país, las playas del país, los servicios
del país. Ellos sienten la comezón del entreguismo. Sufren de la “enfermedad
del entregue” y cuando ellos ya no encuentran qué entregar,ellos
comienzan a cavilar en la noche, mientras están en sus almohadas y
ellos piensan: ¿Qué es lo que yo voy a tratar de entregar ahora? Y
viene una lucecita como una bombilla en sus mentes, y ellos se dicen: ”Oh, déjame
tratar de entregar parte del Himno Nacional. Déjame tratar de quitarle el
nombre de Quisqueya al Himno!” Porque el vende patria, sinvergüenza charlatán
ni siquiera tiene la delicadeza de averiguar y aprender que los dominicanos
somos quisqueyanos antes de ser dominicanos, porque ese nombre es el que está en
nuestra sangre, y la sangre pesa más que el agua.
Yo no puedo concebir que las universidades, los estudiantes
secundarios, ni los profesores, ni nadie que tenga algo de principio se va a
quedar con la bocota abierta como un bobalicón cuando aparece cualquier
lagartija a tratar de amputar nuestro Himno Nacional. Al fín y al cabo, los
entreguistas van a salir derrotados. Nosotros, las fuerzas
progresistas y revolucionarias, vamos a ser capaces de rescatar nuestro país y
llevarlo a días felices. A veces uno se encuentra con que esas gentes ni
siquiera tienen originalidad. A ellos los ponen de zoquetes a que tiren la
plumita al aire, para explorar si alguien dice algo,a ver si alguien protesta; si
alguien se da por enterado.
Si sucediera un caso insólito, y un día cualquiera se viera
a Don Quijote montado en su caballo Rocinante, moviéndose por nuestras hermosas
lomas y colinas coloreadas por las amapolas, no sería raro oírle decir a su
escudero Sancho Panza:”No le hagas caso Sancho, que ese sujeto es un mojón”.