La catequesis del Papa Francisco quiere ser la puerta
de una serie de reflexiones sobre la vida de la familia, la vida real, la vida
cotidiana. Sobre esta puerta están escritas tres palabras que ya hemos utilizado
otras veces: permiso, gracias, perdón. Más fáciles de decir que de poner en
práctica, pero absolutamente necesarias”. Son palabras –ha añadido Francisco–
vinculadas a la buena educación, en su sentido genuino de respeto y deseo del
bien, lejos de cualquier hipocresía y doblez.
Son palabras sencillas, pero no tan sencillas para poner en
práctica. Encierran una gran fuerza: la fuerza de cuidar la casa, también a
través de miles de dificultades y pruebas; sin embargo su falta, poco a poco abre
grietas que pueden incluso hacerla caer.
Nosotros las entendemos normalmente como las palabras de la
“buena educación”. Está bien. Una persona bien educada pide permiso, da las
gracias y pide perdón si se equivoca. Porque la buena educación es muy
importante. Un gran obispo, san Francisco de Sales, solía decir que “la buena educación
es ya mitad de santidad”. Pero, atención, en la historia hemos conocido también
un formalismo de las buenas maneras que se puede convertir en máscara que
esconde la aridez del alma y el desinterés por el otro. Se suele decir: “Detrás
de muchas buenas maneras se esconden malas costumbres”. Ni siquiera la religión
es inmune a este riesgo, que desliza el cumplimiento formal en la mundanidad
espiritual.
El diablo que tienta a Jesús ostenta buenas maneras –pero es
realmente un señor, un caballero– y cita las Sagradas Escrituras, parece un
teólogo. Su estilo parece correcto, pero su intento es desviar de la verdad
del amor de Dios. Nosotros sin embargo entendemos la buena educación en sus
términos auténticos, donde el estilo de las buenas relaciones está firmemente
arraigado en el amor del bien y en el respeto del otro. La familia vive de esta
finura del querer bien a los demás.
La primera palabra es permiso. Cuando nos preocupamos por
pedir gentilmente eso que quizá creemos que merecemos, ponemos una defensa real
en el espíritu de la convivencia matrimonial y familiar. Entrar en la vida del
otro, también cuando forma parte de nuestra vida, pide la delicadeza de una
actitud no invasiva, que renueva la confianza y el respeto. La confianza no
autoriza a dar todo por descontado. Y el amor, cuanto más íntimo y profundo es,
más exige el respeto de la libertad y la capacidad de esperar que el otro abra
la puerta de su corazón.
A propósito de esto, recordamos esa palabra de Jesús en el
libro del Apocalipsis: “Mira que estoy en la puerta y llamo. Si alguno escucha
mi voz y me abre la puerta, yo iré con él, cenaré con él y él conmigo”.
¡También el Señor pide permiso para entrar! No lo olvidemos.
Antes de hacer algo en la familia, ¿permiso? ¿Puedo hacerlo? ¿te gusta que lo
haga así? Ese lenguaje verdaderamente educado, pero lleno de amor. Y esto hace
mucho bien a las familias.
La segunda palabra es gracias. Muchas veces podemos pensar
que nos estamos convirtiendo en una civilización de malas maneras y malas
palabras, como si fuera un signo de emancipación. Las escuchamos decir muchas
veces también públicamente. La gentileza y la capacidad de dar las gracias son
vistas como un signo de debilidad, a veces suscitan incluso desconfianza.
Esta tendencia se contrasta en el mismo seno de la familia.
Debemos ser intransigentes sobre la educación en la gratitud, en el
reconocimiento: la dignidad de las personas y la justicia social pasan ambas
por aquí. Si la vida familiar descuida este estilo, también la vida social lo
perderá. La gratitud, además, para un creyente, está en el corazón mismo de la
fe: un cristiano que no sabe dar las gracias es uno que se ha olvidado del
lenguaje de Dios. ¡Escuchad bien eh! Un cristiano que no sabe agradecer es uno
que ha olvidado del lenguaje de Dios. ¡Es feo esto, eh!
Recordamos la pregunta de Jesús cuando sanó diez leprosos y
solo uno de ellos volvió para darle las gracias. Una vez escuché de una persona
anciana, muy sabia, muy buena, sencilla, pero con esa sabiduría de la piedad,
de la vida… “La gratitud es una planta que crece solamente en la tierra de las almas
nobles”. Esa nobleza del alma, esa gracia de Dios en el alma que empuja a
decir: Gracias a la gratitud. Es la flor de un alma noble. Ésta es algo bonito
y bueno.
Y la tercera palabra es “perdón”. Palabra difícil, sí, pero
también necesaria. Cuando falta, pequeñas grietas se engrandecen —aún sin
quererlo– hasta convertirse en fosas profundas.
Finalmente, el Papa ha recordado que el perdón es el mejor
remedio para impedir que nuestra convivencia se agriete y llegue a romperse.
“El Señor nos lo enseña en el Padrenuestro, aceptar nuestro error y proponer corregirnos
es el primer paso para la sanación”. Y así, ha invitado a los esposos, a los hermanos
no terminar nunca el día sin reconciliarse, sin hacer la paz.