La prudencia es uno
de los valores éticos que más hermosamente engalana a todo hombre o mujer sin
importar la edad, posición económica, ni el lugar que ocupe, para pernotar en
paz, armonía y felicidad.
En ella el individuo hace
acopio, como enseñanza de lo que ve, escucha con aptitud de observación.
Un niño que vive en
un ambiente de hogar educado no tarda en hacer usos de buenas frases de
cortesía, exhibiendo exquisitos modales que les engrandecen mediante el
reconocimiento de quienes les rodean, convirtiéndose en una persona agradable y
aceptada por todos.
La prudencia se
refleja en la mirada, los gestos, vocablos acompañados del dominio de sí mismo.
Cuando se aprende a
ser prudente también se aprende a ser obediente para evitar pérdida del
carácter y aún en lo material, espiritual y natural.
¿Por qué tantos
contagiados, tristes y angustiados? Claro está, por desobedecer al llamado de
cuarentena quedándose en casa.
Es imperdonable para
personas que confirmados y consciente de su estado de salud no se cuidan ni
protegen a los demás, son inconscientes e imprudentes.
La persona prudente
es comedida, respetuosa del ideal como la preferencia del otro.
Dios nos ayuda a
aceptar con paciencia la forma de ser y conducirse de los demás, nunca dando
malas respuestas, ni criticando sin valorar las partes positivas que todo ser
humano posee como idiosincrasia natural.
Cuidemos y cuidémonos
del enemigo invisible del Siglo XXI, el Covid-19.
Que Jesucristo y su
padre Dios nos protejan por intersección de la Virgen María, los Ángeles y
todas potencias divinas.
Julio, mes del
Carmen.
