Una Amistad singular

Por el Lic. Nicanor Hernández

El 18 de marzo de 1861 el presidente de la República Dominicana, general Pedro Santana, proclama la anexión del territorio dominicano a España.Con este vergonzoso acontecimiento se puso fin a la primera república que había nacido 17 años atrás con el Grito de Independencia, aquel glorioso e inolvidable 27 de febrero.

Dos años después de proclamarse la anexión a España, un grupo de patriotas encabezados por el general Santiago Rodríguez se reunen en Capotillo, en la Línea Noroeste, para rebelarse contra las autoridades españolas. De esa manera se inicia la llamada Guerra de Restauración, que tenía el propósito fundamental de rescatar la soberanía perdida.

El general Gregorio Luperón está considerado como la figura principal y más destacada de la guerra restauradora. Hombre de un valor excepcional, encarnó el sentimiento nacionalista con fervor y entusiasmo, librando duras batallas contra el ejército español

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Entre los generales Gregorio Luperón y Juan Contreras existía una profunda y sincera amistad.

Juan Contreras era un general nativo que pertenecía al ejército español.

Por designios de la vida aquellos amigos estaban ubicados en dos frentes enemigos. La amistad los unía y la guerra los dividía. Tremendo dilema.

Para mayor dramatismo, el general Juan Contreras fue nombrado por los españoles como jefe de operaciones de Monte Plata, con la misión de impedir el avance de Luperón. El general Santana desconfiaba de aquel valiente soldado y con mucha frecuencia lo desconsideraba por su amistad con Luperón.

Fueron muchas las ocasiones en que Contreras y Luperón se enfrentaron en combates. Finalmente, Contreras fue derrotado por completo en Bermejo, entre San Pedro y Monte Plata.

Luego de la derrota, Contreras se replegó a Monte Plata. Días después intentó salir por el desfiladero de Maluco, pero fue rechazado por el coronel Olegario Tenares, quedando muerto en el terreno del honor.

El camino quedaba expedito al general Gregorio Luperón para ocupar a Monte Plata y Boyá. Consumada la ocupación, Luperón fue a colocar una cruz sobre la tumba del malogrado e insigne general nativo.