domingo, 2 de octubre de 2016

LO VIRTUAL Y LO REAL.

Por Efraín Ortega

He leído y escuchado de estudios que se han realizado acerca del tema que da pie a este comentario.

Como toda epidemia, las redes sociales han abarcado todos los rincones de la sociedad y justo en este momento en que los padres están perdiendo la batalla frente a sus hijos. No hay que ser un científico para darse cuenta que las reseñas periodísticas reportan un crimen, un asalto, un robo cada hora, y/o publican escenas de violencia intrafamiliar con mucha frecuencia por los medios. Por todo eso, nos han calificado como un país que de hospitalario y servicial hemos pasado a ser una comunidad peligrosa e insoportable, y no están exagerando. Es que nuestra gente tiene miedo de salir a la calle, de ir a lugares de celebración o sencillamente sentarse en zona de recreación popular: como parques, reatas y demás. Amén de que los mismos dominicanos de la diáspora tienen temor a visitarnos y a regresarse a convivir con nosotros.

Lo sorprendente es que más del 80% de esos delitos y de la inseguridad colectiva que padecemos las están cometiendo personas que no alcanzan los veinticinco años. Aquí surgen unas preguntas obligadas.

¿Por qué nuestros niños y jóvenes están arriesgando su floreciente vida?  Entre otras cosas, pienso: que es porque los hemos dejado solos, porque los estamos criando con leyes y derechos falsos, con documentos que solo están en papeles que reposan en los archivos judiciales y en los estamentos del estado, es decir: Leyes sin aplicación, delitos sin castigo, derechos sin deberes y represión antes que remedios.
Analicemos tres casos:

En la casa es más que común que todas las madres y padres tengan un celular el cual llevan como una prenda, con la diferencia de que están con él en el bolsillo o en un lugar próximo esperando que les hagan una llamada, más pendiente de su teléfono que la comida porque hay miles de veces donde se recorta la de por sí maltrecha canasta familiar para poner una recarga. Amén de que cuando se está hablando por celular no hay atención para nadie aunque se quemen las habichuelas. (Es un amuleto que quita libertad a las manos, que estorba el desempeño en algunas funciones y limita a veces a los razonamientos lógicos).

En la escuela el cáncer es de tanta gravedad que he escuchado a maestras, sobre todo, decir que no pueden vivir sin su celular. Pero cuando van a buscar una visa, ahí si lo dejan, ahí si no llegan a morirse si no los usan. Por poner un ejemplo.

Algunas lo colocan en el escritorio y están más pendiente del WhatsApp que de lo que hacen sus estudiantes. Pienso que esa es una irresponsabilidad, una imprudencia, un robo a la sociedad y que debería convertirse en un delito que comprometa hasta la suspensión de sus funciones incluso. ¿Qué carajo hace un maestro/a con un celular encendido en un aula de trabajo que como en la dominicana no es virtual?

Las y los hay que tienen más de treinta y cuarenta años y son fáciles de sorprender recibiendo mensajitos como cualquier adolescente de pretendientes o de chismes cotidianos en perjuicio de la disciplina y del aprendizaje de sus alumnos.

¿Con qué honorable moral llaman a la cordura a sus educandos?

¿De dónde diablos le sale esta manía a un profesional que supuestamente está preparado para servir de modelo a los que debe formar?

¿Es o no, este hábito, esta dependencia, esta adicción que divide y distancia tan o más perjudicial que las sustancias narcóticas?

¿Es verdad que con la virtualidad están las familias más y mejor comunicadas?

Debería existir en los centros educativos un casillero donde los docentes depositen sus equipos y que solo los puedan revisar a la hora de receso o a la salida para que se ganen su salario honradamente.

En la calle ya hemos perdido la comunicación con la gente, no hay saludos, a veces nos hacen escuchar conversaciones impúdicas sin que queramos. Hay veces en que los padres van a recoger los hijos a la escuela y tienen que abrirles la puerta del auto para abordar y llamarlos por teléfono para avisar que ya llegaron a casa, como si estuviéramos en una comunidad de sordomudos.

Deberían los teléfonos convertirse en alimento a ver si se los comen cuando están a la mesa, si es que están, porque hasta almorzar juntos se ha perdido. “Hay que estar claros, debemos ser menos virtuales y más reales.”