He leído y
escuchado de estudios que se han realizado acerca del tema que da pie a este
comentario.
Como toda
epidemia, las redes sociales han abarcado todos los rincones de la sociedad y
justo en este momento en que los padres están perdiendo la batalla frente a sus
hijos. No hay que ser un científico para darse cuenta que las reseñas
periodísticas reportan un crimen, un asalto, un robo cada hora, y/o publican
escenas de violencia intrafamiliar con mucha frecuencia por los medios. Por
todo eso, nos han calificado como un país que de hospitalario y servicial hemos
pasado a ser una comunidad peligrosa e insoportable, y no están exagerando. Es
que nuestra gente tiene miedo de salir a la calle, de ir a lugares de
celebración o sencillamente sentarse en zona de recreación popular: como
parques, reatas y demás. Amén de que los mismos dominicanos de la diáspora
tienen temor a visitarnos y a regresarse a convivir con nosotros.
Lo sorprendente
es que más del 80% de esos delitos y de la inseguridad colectiva que padecemos
las están cometiendo personas que no alcanzan los veinticinco años. Aquí surgen
unas preguntas obligadas.
¿Por qué
nuestros niños y jóvenes están arriesgando su floreciente vida? Entre otras cosas, pienso: que es porque los
hemos dejado solos, porque los estamos criando con leyes y derechos falsos, con
documentos que solo están en papeles que reposan en los archivos judiciales y
en los estamentos del estado, es decir: Leyes sin aplicación, delitos sin
castigo, derechos sin deberes y represión antes que remedios.
Analicemos tres
casos:
En la casa es
más que común que todas las madres y padres tengan un celular el cual llevan
como una prenda, con la diferencia de que están con él en el bolsillo o en un
lugar próximo esperando que les hagan una llamada, más pendiente de su teléfono
que la comida porque hay miles de veces donde se recorta la de por sí maltrecha
canasta familiar para poner una recarga. Amén de que cuando se está hablando
por celular no hay atención para nadie aunque se quemen las habichuelas. (Es un
amuleto que quita libertad a las manos, que estorba el desempeño en algunas
funciones y limita a veces a los razonamientos lógicos).
En la escuela el
cáncer es de tanta gravedad que he escuchado a maestras, sobre todo, decir que
no pueden vivir sin su celular. Pero cuando van a buscar una visa, ahí si lo
dejan, ahí si no llegan a morirse si no los usan. Por poner un ejemplo.
Algunas lo
colocan en el escritorio y están más pendiente del WhatsApp que de lo que hacen
sus estudiantes. Pienso que esa es una irresponsabilidad, una imprudencia, un
robo a la sociedad y que debería convertirse en un delito que comprometa hasta
la suspensión de sus funciones incluso. ¿Qué carajo hace un maestro/a con un
celular encendido en un aula de trabajo que como en la dominicana no es
virtual?
Las y los hay
que tienen más de treinta y cuarenta años y son fáciles de sorprender
recibiendo mensajitos como cualquier adolescente de pretendientes o de chismes
cotidianos en perjuicio de la disciplina y del aprendizaje de sus alumnos.
¿Con qué
honorable moral llaman a la cordura a sus educandos?
¿De dónde
diablos le sale esta manía a un profesional que supuestamente está preparado
para servir de modelo a los que debe formar?
¿Es o no, este
hábito, esta dependencia, esta adicción que divide y distancia tan o más
perjudicial que las sustancias narcóticas?
¿Es verdad que
con la virtualidad están las familias más y mejor comunicadas?
Debería existir
en los centros educativos un casillero donde los docentes depositen sus equipos
y que solo los puedan revisar a la hora de receso o a la salida para que se
ganen su salario honradamente.
En la calle ya
hemos perdido la comunicación con la gente, no hay saludos, a veces nos hacen
escuchar conversaciones impúdicas sin que queramos. Hay veces en que los padres
van a recoger los hijos a la escuela y tienen que abrirles la puerta del auto
para abordar y llamarlos por teléfono para avisar que ya llegaron a casa, como
si estuviéramos en una comunidad de sordomudos.
Deberían los
teléfonos convertirse en alimento a ver si se los comen cuando están a la mesa,
si es que están, porque hasta almorzar juntos se ha perdido. “Hay que estar
claros, debemos ser menos virtuales y más reales.”