jueves, 30 de junio de 2016

Otro canto a la tierra amada

Por el Dr. José Pérez

   ¿Y no eras tú la que te bañabas en las alegres y tibias atlánticas aguas, dejando que las gaviotas y las alondras te refrescaran con el mover constante de sus blancas alas, y que con contagiosas carcajadas dejabas que el agua fresca hiciera cosquillas a tu cuerpo?

     ¿No eras tú la que entre el verde y el azul del cielo dejabas que el viento arrullador acariciara tu desnudo cuerpo, mientras jugabas con tus otras tres bellas hermanas Jamaica, Cuba y Borinquen, en las juguetonas olas del Atlántico, con los hermosos reflejos de las soleadas mañanas?

¿Tú que siendo tan hermosa, atractiva y acogedora, también llevaste el nombre de Bohío, por saber condolerte y dar refugio al necesitado?

     ¿No fuiste tú aquella que lloró desconsoladamente cuando un día perdiste tu inocencia ante las hordas atroces y salvajes que sin clemencia te hicieron sufrir tanto?

¿Y tú la que abriste tu flor para que aquella noble taína raza pudiera disfrutar tus dulcísimas y jugosas frutas, y respirar el purísimo aire de tus montañas y cordilleras y tus florecidos valles hermosos?.

¿No fueron tus entrañas las que parieron la increíble e incomparable belleza de Anacaona y su hija Higuemota, tan hermosas que no hombre podía mirarlas sin ponerse a temblar con atracción sin par y corazón palpitando apasionadamente?

¿No eras tú aquella hermosa joven de los largos cabellos, negros como la noche, y de los grandes ojos y los labios sensuales, que con tus otras hermanas sabían escapar cuando los amorosos vientos del Atlántico, años tras años recorrían largos trechos, buscando sus caricias, embriagados  de amor y de deseo?

      ¿No eras tú la llamada Quisqueya; la misma que los habitantes del Caribe mar se detenían a ver, llenos de admiración, para mirar tu cuerpo tallado por las olas, y que llamaban Bella?

      ¿Y no fueron ustedes cuatro hermanas que emergieron de las profundas aguas del Atlántico mucho tiempo atrás, para dar más belleza a la tropical región, como si todavía no hubiera suficientes flores, y así cautivarla en su magnífico adorno?

¿Y para que con su exquisita esencia invitaran las aves a que vinieran a cantar y jugar libremente con plena algarabía, y las tórtolas arrullaran con su melancólico canto?

      ¿Tú la que lloraste dolorosamente la pérdida de tus amados hijos, tus hijos de tus entrañas, tus bellos hijos bronceados por el aire puro y la brisa marina?

Tus hijos que con arteras puñaladas, rabiosas mordidas de las jaurías y furiosos latigazos se fueron sin nunca comprender porqué la violenta canalla mancillaba su inocencia y destruía su sencilla y tranquila vida, pletórica de paz y mansedumbre.

       Esos malvados que aniquilaron tus queridos hijos y los hicieron padecer tormentos.

Y tú los viste irse, tu los viste partir, torturados y sometidos a inmisericorde dolor y sufrimiento mientras angustiada sangrabas por dentro. Que no importó lo mucho que tú dieras.

No importó tu lamento. Ni el tierno abrigo que les diste. Ni tu angustiada voz de madre triste.

 Que todo lo pisaron con su pie malvado. Todo lo destruyeron, todo lo amado y bueno. Y los viste irse para siempre y lloraste Quisqueya desconsoladamente; como una madre que le arrancan el alma, con espanto y anegada en llanto.

Tú que abriste tus brazos sin saber al ruin, al vil villano, que destruyó tus hijos en cruel holocausto.
       
Oh Quisqueya, Quisqueya, cuánto te han hecho sufrir esos humanos, cómo te han torturado en demasía

Primero te violan, te torturan, y dejan tu tierra tinta en sangre, tantas veces ahogándote con ella.
Y tú los miras con atónitos ojos, sin saber lo que hacer en tu inocencia.

Después te pisa el arrogante y tú ¿qué vas a hacer?, tú lo miras pasar con sus rubios cabellos.

Y tú te desesperas, esperando llorosa por mejores tiempos y con tus bellos ojos atemorizados.

Tú les regalas flores. Tú les ofreces frutas. Tú les sonríes a ellos con tus perfectos dientes y tus preciosos labios. Tú has sido humilde y buena. Tú eres noble y leal. Tú eres hermosa y bella.

      ¿Qué más puedes tú hacer? Tú no naciste para saber del bruto. Tú eres frágil y acariciante.

Tú eres bella e interesante. Tú no conoces de violentas gentes. Tú naciste, Quisqueya, para que te amen y ser amada y quererte y ser querida, para alojar los justos, que dispensen justicia.

Y entregarte Quisqueya ante el que te acaricias. Pues tú lo has dado todo; que más amor que el tuyo es imposible.

       Que tú Quisqueya les diste las montañas y también tus cañadas para que se abrigaran

Y les ofreciste las dulces frutas producto de tu suelo, para que pudieran saciar su voraz apetito.

Y ellos pidieron más y más cogieron y te hicieron sufrir, y te hicieron llorar penosamente.

Los mensajeros de odio. Los paladines de violencia. Los que llegaron de las lejanías, los que te torturaron día a día, sin importarles tus amargas lágrimas o tus dolorosos suspiros de triste ave caída en el azul del mar.

       Porque tú, rebosante de compasión y ternura, le abriste tus brazos al necesitado, ignorando que el malandrín villano, que vino por el mar desde lejanas tierras, tenía un abominable y ruin pasado, mil veces demostrado a través del tiempo, pero sin tú saberlo, en tu bondad pura,  tranquila e inocente.

          Oh, qué funesto día, el día en que en tu nobleza, con pureza abnegada y con sana inocencia, abriste tu rebozo y tus hermosos labios, con tus negros cabellos que el viento sin cesar alborotaba, a las bestias malignas que arribaron con sus negros designios, sus enseñas odiosas y  engañosas, y proceder mendaz y monstruoso. Sus acciones brutas y devastadoras y su deseo voraz de poseerte.

         Ya para de llorar bella Quisqueya, abre tus brazos a la esperanza, que mejores días seguro traerá el tiempo, donde tú Quisqueya volverás a sonreír con tus bonitos labios bañándote en las aguas del Atlántico, disfrutando la maravillosa brisa, otra vez con tus queridas tres hermanas.  

Yo te hablaré Quisqueya de algunos de los hijos que tendrás, que llevarán en ellos tu nobleza:  Tu hijo Guarocuya, que heroico se alzará, para limpiar tu honor en Bahoruco

El gran sacrificado Duarte, que con hermoso ejemplo de honestidad y nobleza, se dará entero por tí, sin limites.

Luperón el adalid, que con espada en mano devolverá la vergüenza, en los obscuros días de la duda y la entrega

Manolo el traicionado será el otro, con puros ideales y mirando al futuro, que no le importará caer en las Manaclas, porque su sueño será más grande que la muerte.

Todos caerán por tí, adorándote tanto y  por tí entregarán sus propias vidas.

Y vendrán otros, y más y más vendrán, para darte el futuro que mereces

Y sonreirás otra vez con tus hermosos labios

Y jugarás otra vez con tus hermanas en lo azul del Caribe mar

Y a tu seno volverán la verde foresta y las frescas y cantarinas aguas de tus lindos riachuelos, que a tantísimos les saciaron la sed, mientras seguían su curso alegremente.

      Oh, cuando uno se imagina el día anterior al funesto día en que ellos arribaron, cuando ellos se acercaron, y pusieron sus vandálicas plantas en tus hermosas playas.

Cuánta paz. Qué tranquilidad. Cuánta belleza. Cómo se escuchaba el correr de las aguas en los pequeños ríos. Cómo las aves entonaban sus cantos con musicales y adorables trinos

Cómo todos reían mientras tranquilamente hacían la casaba. Y cómo dormitaban en sus hamacas sin aprensión alguna.


Y en la noche, bajo la luz de la luna y las estrellas, después de alegremente bailar el areíto, se escuchaba el amor por donde quiera, mezclándose con la brisa marina, impregnado de pasión taína. Quién podría sospechar ni remotamente que el día de mañana traería el fin de la idílica paz que se llevaría el tiempo, cuan larga, atroz y amarga pesadilla. Como un tren que se acerca en la distancia con su carga de obscuros nubarrones de infamia, despiadadas tormentas de crueldades y horribles vendavales de perversidad.