sábado, 16 de abril de 2016

Perdón

Por Efraín Ortega


No puedo, ni quiero cuestionar a Dios, pero, cómo es posible que hayan tantos denominados cristianos de todas las religiones que viven borrachos de Dios entre los templos y convulsionan de emoción espiritual, se tildan de creyentes comprometidos con un Dios que está de visita entre cuatro paredes, que ellos le llaman iglesia. 

Y una vez fuera: a maldecir el que no piensa como ellos, a levantar calumnias, a llamarle éxito al robo y las desvergüenzas, a perdonar y justificar la maldad, a defender una situación más oscura que la noche sin estrellas, a legalizar la impunidad y el crimen, a vivir de lujos con el sudor ajeno, a invertir lo términos cuando les afectan las verdades, a llamar trabajadores a los malandrines y perversos que utilizan los bienes del pueblo para ganar gloria particular, a defender las letras de nombres y siglas, más que la verdad y la justicia, a llenar las redes con enunciados que alaban a su Dios muerto, a gloriarse de obras mal construidas con dinero público y evaluadas como super buenas, a llamar señores a bandidos que en ocasiones no saben escribir sus nombres correctamente, a creerse dioses intocables por el efecto de adulonerías, a vivir de los débiles hasta que llegue el próximo culto, estrategas del crimen, que regalan lo que no es suyo para ganar aplausos, rateros vestidos de personas decentes, inescrupulosos con doble moral, tiparracos mañosos que llaman trabajo a las tramposerías. Y, el Dios en el que yo creo, parece no decir nada.