No puedo, ni quiero cuestionar a Dios, pero, cómo es posible
que hayan tantos denominados cristianos de todas las religiones que viven
borrachos de Dios entre los templos y convulsionan de emoción espiritual, se
tildan de creyentes comprometidos con un Dios que está de visita entre cuatro
paredes, que ellos le llaman iglesia.
Y una vez fuera: a maldecir el que no
piensa como ellos, a levantar calumnias, a llamarle éxito al robo y las desvergüenzas,
a perdonar y justificar la maldad, a defender una situación más oscura que la
noche sin estrellas, a legalizar la impunidad y el crimen, a vivir de lujos con
el sudor ajeno, a invertir lo términos cuando les afectan las verdades, a
llamar trabajadores a los malandrines y perversos que utilizan los bienes del
pueblo para ganar gloria particular, a defender las letras de nombres y siglas,
más que la verdad y la justicia, a llenar las redes con enunciados que alaban a
su Dios muerto, a gloriarse de obras mal construidas con dinero público y
evaluadas como super buenas, a llamar señores a bandidos que en ocasiones no
saben escribir sus nombres correctamente, a creerse dioses intocables por el
efecto de adulonerías, a vivir de los débiles hasta que llegue el próximo
culto, estrategas del crimen, que regalan lo que no es suyo para ganar
aplausos, rateros vestidos de personas decentes, inescrupulosos con doble
moral, tiparracos mañosos que llaman trabajo a las tramposerías. Y, el Dios en
el que yo creo, parece no decir nada.